Una de las lecciones más grandes (y a la vez más difíciles de aprender) que nos ha dado la pandemia es el paso hacia la virtualidad. Del trabajo en oficina al teletrabajo, de las clases en aula a las clases virtuales. Todo un cambio de pensamiento que, durante este 2020 se ha extendido hasta convertirse en un nuevo estilo de vida.

La pandemia del COVID-19 llevó el teletrabajo intempestivamente a millones de hogares. A diferencia de otras pandemias ocurridas en la historia de la humanidad, esta tiene un efecto socioeconómico global que se complejiza por la desinformación propagada a través de redes sociales y algunos medios de comunicación, las tensiones políticas asociadas a las posturas y decisiones de algunos gobernantes, y por los cierres parciales o definitivos de miles de empresas en todo el mundo.

En este contexto, el aislamiento social está poniendo a prueba a la sociedad en todos sus ámbitos. Uno de estos desafíos lo enfrentan las organizaciones, las cuales intentando mitigar los impactos negativos en sus operaciones productivas, comerciales y financieras, adoptan medidas —improvisadas o no— para adaptarse a las nuevas dinámicas sociales; decisiones que, infortunadamente, han incluido la suspensión o cancelación de contratos laborales y su consecuente impacto en la supervivencia y calidad de vida de los trabajadores y sus familias.

Ahora bien, cientos de empresas que se mostraban reticentes a las prácticas del trabajo remoto —también denominado teletrabajo, trabajo 4.0 o flexitrabajo—, están tomando decisiones en esa dirección. Si bien el teletrabajo no es algo nuevo, la necesidad de contener la propagación del virus y mitigar la rápida desaceleración de los procesos organizacionales ha puesto el tema sobre la mesa con una urgencia nunca vista.

Si eres de los que ha tenido que colocar la laptop sobre una pila de libros de cocina durante la pandemia o te ha tocado quejarte de la velocidad del internet de tu casa, no estás solo. Ahora que nos estamos adaptando a "la nueva normalidad", algunos expertos predicen que la modalidad del trabajo a distancia ha llegado para quedarse. Y esto ha hecho que muchos empiecen a preguntarse cómo van a readaptar el espacio en sus hogares y, en particular, cómo van a lidiar con el dolor de espalda. Configurar un sistema a distancia para los empleados que estaban acostumbradas a ir a la oficina, con las herramientas virtuales necesarias, y recalibrar la cultura laboral para mantener a los colegas conectados ha sido un cambio significativo para muchos.

Los empleadores de otros lugares ahora están aprendiendo que se puede confiar en los empleados para que trabajen desde su hogar, y creo que en los tiempos que seguirán al covid-19 surgirán cada vez más combinaciones inteligentes de trabajo desde el hogar y reuniones en la vida real.

Hemos tenido que pasar de un extremo a otro, casi sin tiempo para darnos cuenta de esa transición, poner en práctica el trabajo remoto y hacerlo funcionar. Esto generará herramientas que permitirán a las empresas desarrollar nuevos protocolos, rediseñar procesos y abrirse oportunidades basadas en la lógica del teletrabajo, ofreciendo nuevas oportunidades y mostrándose como organizaciones con un gran atractivo para los profesionales. A su vez, éstos últimos también podrán desarrollar nuevas habilidades que los hagan destacar a la hora de exhibir sus cualidades y experiencia con el teletrabajo, permitiéndoles ser más competitivos y atractivos para las empresas, a la hora de contar con su talento en un futuro post pandemia.

Inmersos todavía en la lucha sanitaria contra el virus, tratando de salvar el mayor número de vidas posible y frenar su propagación, cuesta imaginar cómo será la vida que vendrá después. No obstante, se empiezan a vislumbrar algunos de los posibles cambios que traerá consigo, sobre todo, en servicios que tradicionalmente se basaban en el contacto físico con el cliente, y que ahora tratan de incorporar tecnologías que permitan prestarlos a distancia.

El miedo a que los billetes y monedas sean fuente de contagio del coronavirus está derivando en un incremento importante de los pagos electrónicos. La alternativa al dinero físico es cualquier soporte electrónico cuya memoria permita almacenarlo (móviles, ordenadores, tarjetas físicas, tarjetas virtuales, etcétera). Con ellos es posible realizar pagos en Internet o en los comercios y lugares que así lo acepten, como, por ejemplo, en los autobuses.

Aire limpio y carreteras tranquilas: en la más lúgubre de las circunstancias, el confinamiento impuesto por el coronavirus nos da un sentido de cómo se vería un mundo más verde. Los niveles de dióxido de carbono, que están vinculados a una amplia gama de condiciones respiratorias, cayeron en China y en Europa a medida que el tráfico vehicular disminuyó. Y el auge de las reuniones online ha demostrado lo que se puede lograr sin tener que viajar y eso, a su vez, ha contenido mucho las emisiones de carbono.

Parece que hay unanimidad sobre la afectación de la crisis en nuestro modo de vida, pero no parece tan clara la profundidad y el alcance de este impacto. Puede que al final todo vuelva a la normalidad, o puede que nos afecte decisivamente a todos. Y no solo respecto a nuestro sistema de salud o a la economía (que ya acusa un fortísimo impacto), sino también a la cultura, referentes, estilo de vida o valores sociales.